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jueves, 3 de noviembre de 2011

Curiosidad, locura o estupidez como salto evolutivo


Genéticamente hablando, nos diferenciamos muy poco de nuestros primos extintos, los Neandertales. Incluso los últimos avances muestran indicios de que con ellos, entre un dos y un cuatro por ciento, lo que sugiere que hace decenas de miles de años tuvimos encuentros sexuales con las correspondientes consecuencias...

Pero los Neandertales no desarrollaron la tecnología que los Homo Sapiens lograron (tenían herramientas, pero eran prácticamente las mismas generación tras generación, con mínimas variaciones entre ellas); no se han encontrado claros y evidentes objetos artísticos o meramente ornamentales, como collares o pinturas; y nunca llegaron a sitios como Australia, América o Madagascar porque al parecer no eran capaces de navegar. Sólo los humanos modernos tuvieron ese punto de locura que les llevó, hace alrededor de 50.000 años, a subirse a un rudimentario barco y dirigirse hacia el mar abierto, buscando sitios que estuvieran más allá del horizonte.

Svante Pääbo, el jefe del Departamento de Genética Evolutiva del Instituto Max Planck, lidera el proyecto que trata de descifrar el genoma Neandertal y espera encontrar esa mínima diferencia que nos separa de ellos, una pequeña inversión de un anónimo cromosoma que convirtió al Homo Sapiens en un ser curioso e insensato, en un loco, en un visionario. Una ridícula mutación que alteró el comportamiento de una de las especies del hasta entonces vulgar género Homo, y que con el paso de los milenos estaba llamada a cambiar el ecosistema de todo el planeta.

(Basado en el artíclo de The New Yorker, Sleeping with theEnemy)