No debió defenderse muy bien el tal Formoso, ya que fue declarado culpable, su papado fue declarado nulo, le quitaron sus ropas, le arrancaron tres dedos de su mano derecha, que parece que era los que usaba para las consagraciones, y tiraron su cuerpo al río Tíber, aunque fue secretamente recuperado por un monje.
Este macabro espectáculo se volvió en contra del papa Esteban VI. Rumores sobre los poderes milagrosos de las aguas del río empezaron a circular y las disputas políticas le acabaron llevando a la cárcel, donde murió estrangulado en Julio del 897.
Los siguientes Papas declararon nulo este esperpento, recuperaron el cuerpo y lo enterraron en la Basílica de San Pedro. Pero en esta delirante sucesión de líderes de la iglesia le tocó el turno a un tal Sergio III que volvió a desenterrar su cuerpo para juzgarle y decapitarle.
Otro día hablamos sobre la infalibilidad del Papa...
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