Un tío sin oficio ni beneficio, con más cara que espalda, se convierte en un agente secreto, doble, que resulta crucial en los engaños urdidos contra los alemanes durante el desembarco de Normandía. Y para más señas, era de Barcelona, un tal Joan Pujol.
Durante la guerra civil huyó del Bando Republicano para pasarse al Nacional, con confusión nocturna incluida: dejó las lineas republicanas en el frente del Ebro, escondido hasta que al llegar la noche se dirigió al otro lado, pero se confundió y volvió al bando original gritando "no disparéis, soy un republicano que se pasa a vuestro mando". Le respondieron a base de tiros, no le mataron de milagro, y al final pudo entregarse en el lado correcto.
Ya en la posguerra española, las películas de espías le influyeron, a él y a su mujer Araceli, como las de caballerías a Don Alonso Quijano y tras ofrecerse a las embajadas británica y alemana, acabó en Londres mandando mensajes a los alemanes a las ordenes de los británicos. Una situación tan rocambolesca, tan extravagante, que sólo puede ser verdad.
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