Las exigencias del ser humano primitivo eran distintas a las nuestras.
En lugar de
agobiarse por la falta de cobertura en el móvil se angustiaban por el tigre que
merodeaba los alrededores y que le había marcado como objetivo para el
almuerzo; no acudían refunfuñando al trabajo, maldiciendo su mala suerte por el
jefe que les había tocado, sino que mostraban su estupefacción ante la aparente
arbitrariedad de los Dioses a la hora de terminar con la vida de los niños de
la tribu; no necesitaban de una aparatosa infraestructura tecnológica para ser
entretenidos, sino que se juntaban alrededor de una hoguera para contarse
historias.
Y lo curioso es
que es posible que las emociones que sentían ellos y las que sentimos nosotros sean las mismas, con intensidades parecidas, a pesar de que el estímulo externo
que las provoca tenga consecuencias diferentes (“Batería del móvil está a punto
de acabarse” vs “Serpiente Pitón a punto de engullirme”, por ejemplo).
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