La evolución del lenguaje es algo que siempre me ha fascinado. Siendo español y viviendo en Inglaterra, soy testigo de como mis hijos aprenden un lenguaje en el colegio, el inglés, y otro en casa, el español. Como resultado, su primer lenguaje, con el que se sienten más cómodos y se expresan mejor, es el inglés. El español lo entienden y lo hablan, pero no se expresan con naturalidad, hacen traducciones literales desde el inglés, les falta vocabulario y no la pronunciación también se ve afectada.
Obviamente es mi culpa. Me da pereza leer con ellos todos los días, enseñarles de forma más formal. No me preocupa demasiado, hablarlo lo hablan y siempre podrán mejorar algunas cosas más adelante.
Puede que suene que trato a mis propios hijos como conejillos de indias, pero una de las cosas que me gusta de esta experiencia es que soy testigo de como un niño aprende un lenguaje de forma “natural”, porque lo natural durante miles y miles de años es que los niños aprendieran la lengua sin una educación estructurada. Así ha sido hasta hace apenas uno o dos siglos.
Esta falta de educación lingüística formal para el 99.99% de la humanidad durante miles de años es lo que probablemente aceleraba la evolución y separación de las lenguas. Con medios de transporte limitados, la bifurcación de lenguas en espacios relativamente reducidos debían sucederse con apenas un puñado de generaciones.
Aún así, algunas palabras pueden haber sobrevivido esta evolución, tal y como aseguran algunos lingüistas, que han identificado un grupo de palabras que pueden haber sobrevivido 15.000 años, siendo reconocibles en diferentes lenguas: “Madre”, “oír”, “no”, “fluir”…
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