miércoles, 9 de septiembre de 2020

Levantar la cabeza

Ir desde mi casa al instituto me tomaba unos cinco minutos, el mismo camino, 4 veces al día, durante varios años, de lunes a viernes, por las monótonas y prosaicas calles de un pueblo a las afueras de Valencia.

Un día de tantos, mientras andaba por la calle, a punto de llegar al colegio, miré hacia el cielo, y me fijé en la fachada de una de las casas. No tenía nada realmente especial, pero, avergonzado, me di cuenta de que la miraba por primera vez, que había estado dos años caminando por ese mismo sitio varias veces al día y siempre había pasado por allí con la cabeza gacha, mirando al suelo.

Ese día, al volver del colegio, levanté la cabeza tratando de recuperar el tiempo perdido, abriendo bien los ojos para absorber todos los detalles de las calles, sus fachadas, los coches, los perros y los gatos, las tiendas, las manchas de aceite en el asfalto, las baldosas rotas de la acera, la ropa tendida en los balcones…

De vez en cuando recupero esta anécdota, para evitar el vicio de mirar el suelo, de recordarme de que tengo que levantar la cabeza y disfrutar del camino por el que transito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario