viernes, 25 de septiembre de 2020

Mare Nostrum, no tan Nostrum

La Unión Europea es un club privado y clasista. Tiene en su nombre unos límites que no son solo geográficos, son culturales y por ende, religiosos.

El concepto inicial, un mercado económico que favorezca el crecimiento de sus empresas, derivó en una idea de unión política que conllevaba cierta homogeneidad en sus sociedades, en su historia, en su cultura. Algo que puede tener cierto sentido, ya que la integración tiene en principio más éxito si los países que se unen no son demasiado heterogéneos.

Es esta heterogeneidad la que excluye del club al norte de África, unido a la historia de Europa a través del Imperio Romano, a pesar de que por su cercanía debería ser un socio natural. Pero más de mil años de separación religiosa creó una barrera que no permite esa integración.

La Unión Europea no encontró argumentos para excluir a los países del Este, esclavos como se sentían por incluir la palabra "Europa" en el nombre del club. Pero hoy en día la Unión está sufriendo las consecuencias de la heterogeneidad y del tamaño, porque el tamaño en este caso sí importa.

Yo estoy a favor de la unión de los países, creo que el concepto nación se ha quedado anticuado en un mundo globalizado como el actual, pero no estoy seguro de si el camino hacia la integración vendrá a través de artificios políticos que son poco flexibles, están altamente burocratizados y tienen en su origen un tufo clasista.

En todo caso la Unión Europea es un intento necesario en el camino hacia la globalización. No hay que hacerla caer sino mejorarla partiendo desde la crítica constructiva y siendo honestos con nosotros mismos, y con nuestros prejuicios.

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