En la cueva de Santimamiñe, en Bizkaia, se han encontrado herramientas de sílex, colorantes para teñir cuero o pintar las paredes de la cueva, huesos de animales, restos marinos, con una antigüedad de unos 12.000 años, antes de la agricultura, los dioses monoteístas, las hipotecas, los políticos corruptos, los especuladores, las prisas, los mundiales de fútbol o las redes sociales. Eran grupos reducidos, tan reducidos que ninguno de ellos verá en su vida a más de 100 personas juntas. Se reunían alrededor del fuego y, simplemente, hablaban.
¿De qué hablaban? ¿En qué pensaban? Ya sé que el primer pensamiento es obvio: de la caza, de la pesca, del frío, de los peligros de los depredadores, de las enfermedades, de las heridas que curar. Pero después de todo esto, las conversaciones relacionadas de alguna forma con la supervivencia, queda la charla informal, la broma, el chascarrillo, los recuerdos, los cuentos para los niños, las historias de los más mayores acerca de la vida de los padres de sus padres de sus padres. Si tenemos en cuenta que el Homo Sapiens surgió hace entre 200.000 y 150.000 años y que hubo una especie de salto "mental" hace entre 100.000 y 50.000 años, nos encontramos con que la mayor parte de la historia de la humanidad ha transcurrido alrededor de esas hogueras, en medio de la sabana, dentro de la cueva, y lo que nos convirtió en verdaderamente humanos, para bien o para mal, fueron esas charlas triviales en las que se bromeaba sobre lo malo que era aquel con el arco. Los últimos 5.000-2.000 años cambiaron nuestra forma de vida, los últimos 200-100 años la han transformado de una forma casi anti-natural. Pero seguro que todavía podríamos reconocernos en esas bromas y cotilleos sobre bisontes, torpezas e infidelidades, contadas alrededor del fuego.
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