Una idea nacida para el entretenimiento o el desafío intelectual se convirtió en una realidad virtual para los millones de personas que creen que somos visitados o incluso controlados por los aliens, en una pseudociencia infestada de charlatanes que confunden la imposibilidad de negación de las ideas más peregrinas con pruebas irrefutables de su existencia.
Vamos a un pasado más reciente, uno en el que muchos de nosotros hemos formado parte. Años ochenta, serie de televisión que fascinó a los de mi generación: V. El planeta es invadido por una raza extraterrestre de lagartos, con Diana como malvada principal, aquella que se zampaba los ratones de un bocado.
No me
atrevo a verla de nuevo, las series ochenteras no aguantan bien el paso del
tiempo, pero como fuente de entretenimiento para un niño de 12 años, esta batalla entre extraterrestres y humanos no estuvo
nada mal.
Pocos años después,
a principios de los 90, a un presentador de deportes de la BBC, David Icke, se
le va la olla tras visitar a un vidente que le revela que él es un sanador con
una misión en la Tierra. Él es la persona que va a revelar a la Humanidad la
atroz verdad que se nos está ocultando: que estamos controlados por una raza de
reptiles extraterrestres que dominan el mundo. Viven en instalaciones subterráneas,
comen niños, toman formas humanas, de hecho mucho de nuestros gobernantes, como Bush o la
Reina de Inglaterra, son lagartos, incluso de cantantes country como Kris Kristoferson o Boxcar
Willie también lo son.
Porque en el fondo se trata de puro
entretenimiento. Cómo mola pensar que la realidad está plagada de
extraterrestres, de seres sobrenaturales, de milagros, de complots, en lugar de
inspectores de hacienda, de colas del supermercado, de madrugones para ir a
trabajar o de inoportunas almorranas.
Que la Fuerza os acompañe.
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