Pero, por lo menos en mi generación, o
en mi Universidad, no se incentivaba un espíritu crítico que
desafiara este modelo. Ahora con la edad me da por ser más puñetero
y me doy cuenta de los aspectos siniestros de este tipo de
paradigmas. Como que las ventajas competitivas se basaran no en
mayores “destrezas” sino en desigualdades de renta, lo que
explica que las actividades manufactureras acaben en países
subdesarrollados con salarios de miseria y parvos controles
laborales. O que el resultado es un sistema mucho más vulnerable a
largo plazo debido a la falta de autonomía de cada una de sus
partes; una crisis en una región afectará inevitablemente a todo el
sistema.
El problema creo que está en la
supersimplificación de sistemas complejos, que generan un efecto
onanista, de autocomplaciencia, porque en ese mundo platónico todo
encaja de puta madre. Y si encima asumimos implícitamente que el
objetivo es “maximizar la producción”, pues contribuimos a
contaminar nuestras mentes con esquemas meramente materialistas. Un
pensamiento centrado en producir cosas, no en el bienestar de las
personas, a la larga no puede llevar a nada bueno. Vamos, digo yo.
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