Hace un par de semanas, viajando en tren, observé como una persona de unos 70 años tuvo dificultades para entender el mecanismo que abría un cerraba una puerta. Era la puerta que comunicaba un vagón con otro, se cerraba de forma automática una vez que te alejabas de la puerta, gracias a un sensor de movimiento. Como el hombre no lo sabía, trataba de cerrar la puerta a la fuerza, cuando se daba por vencido se iba, el mecanismo activaba el cierre automático y el hombre, al darse cuenta de que, de forma lenta, se iba cerrando, se acercaba a la puerta para ayudarla a que se cerrara. Pero, claro, al detectar movimiento, el sensor mandaba a la puerta abrirse otra vez...
Y así, el pobre hombre, tratando de cerrarla, alejándose, acercándose... Una situación algo cómica, la verdad, hasta que algunos de nosotros le indicamos a esta persona que lo que tenía que hacer era olvidarse de la puerta.
Ésta persona no entendía el mecanismo que hacía funcionar esa puerta, era algo tan alejado de sus experiencias que no entendía lo que estaba pasando. Pero, ¿con cuántas de situaciones similares no enfrentamos en nuestro día a día? Tal vez no son tan cómicas o evidentes, pero la complejidad del mundo que nos rodea, su continua evolución, nos expone a muchas situaciones para las que, probablemente, nuestros cerebros no estén adecuadamente equipados.
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