Las crisis se están cebando en todos nosotros. La financiera del 2008, de la que todavía sentimos sus efectos, la crisis ecológica sobrevolando como un buitre carroñero, ahora nos está pegando bien fuerte la del Covid’19…
Yo disfruté de un periodo de relativa calma, entre mediados de los 90 y finales de la primera década del siglo XXI, justo el periodo en el que me incorporaba al mercado de trabajo y mi percepción ha sido la de que la estabilidad es la norma. Pero no. Simplemente he sido un tipo, junto a todos los de mi generación, con suerte.
Lo más normal son las situaciones de crisis. Entre mediados de los 70 y principio de los 80 el sistema político en España se re-ajustó, con final feliz, al mismo tiempo que una crisis económica galopante re-dibujó la industria y el mercado de trabajo. Entre los 40 y los 60 hubo “estabilidad política”, pero estabilidad del estilo “por mis cojones”, gracias a los servicios de la dictadura franquista, al tiempo que la sociedad y la economía experimentó un cambio radical, del campo a la industria y la ciudad, una transformación que no somos capaces de aprehender en lo relativo a las tensiones que provocó.
Años antes, una terrible guerra fue el colofón de una república que no superó las tensiones sociales, económicas y políticas derivadas de la desigualdad y la pobreza.
Y así, paulatinamente, podríamos seguir hasta el momento en el que la falta de mamuts empujaba a la tribu a iniciar la búsqueda de mejores tierras para sobrevivir.
Las crisis son la norma.
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