Todos somos incompetentes en alguna cosa. Es normal. No podemos ser buenos en todo.
El problema viene cuando no lo sabes, o no lo admites, y tienes que ocuparte de esa area de incompetencia.
Puede ser simplemente que te encargas de la paella y amargas la comida a los amigos. Pero bueno, le mete alioli, cerveza fresquita y te crucifican a bromas. La cosa no pasa a mayores, y no te dejan hacer una paella por jamás de los jamases.
Pero también puede darse el caso de que el incompetente, ignorante de su incompetencia, ocupa un puesto importante en una organización. Suele pasar en el ámbito político, puede pasar en el mundo de la empresa. En este caso el daño que pueden causar los incompetentes es mucho más grave, ya que afecta a al eficiencia de la organización, a los servicios públicos, a la supervivencia de la empresa. Y estos incompetentes, cuando están dotados del don de la palabrería pueden ocultar su condición de patanes, en cuyo caso los efectos se acumulan, se multiplican, se eternizan. Sus habilidades para tergiversar la realidad es tal que incluso acaban siendo promocionados. Y los sufrimos todos.
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