Los de mi generación tenemos marcada a fuego en nuestro cerebro la imagen ochentera de Eva Nasarre haciendo gimnasia en televisión, con sus mallas y sus "calentadores", esas piezas que cubrían las espinillas, que se supone que calentaban los gemelos.
Pero aquí estamos casi cuarenta años después y el concepto calentador cayó en el limbo, en algún oscuro lugar del universo acompañado, seguramente, de las "hombreras", otro vestigio olvidado de los ochenta.
Aunque la verdad es que parece que vuelven del destierro. No son lo calentadores de lana de antaño, son de tejidos más sofisticados, de los que te venden en el Dechatlon, y ves a gente por ahí corriendo con cosas que se asemejan a calcetines subidos hasta las rodillas. Y empiezo a notar más hombreras que antes en el vestuario de las mujeres.
Quién sabe, puede que esta vez terminen por ser aceptados y el futuro se convierta en un lugar donde todos tendremos las pantorrillas bien calentitas y los hombros como hechos con escuadra y cartabón.
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