En el caso del fútbol, cada ciudad tenía su propia versión de un deporte de pelota desde tiempos inmemoriales, en los que se enfrentaban un puñado de convecinos contra otros: en unos sitios eran 8 para 8, en otros 15 contra 15; en algunos se podía coger la pelota con la mano, en otros no; hay quien permitía salvajes encontronazos, pero también los que limitaban las agresiones.
Y así fue durante mucho tiempo, porque las comunicaciones no eran muy
buenas y no era habitual ir a un pueblo a cientos de kilómetros para jugar.
Pero los medios de transporte mejoraron, y no sólo los jugadores, sino
también las aficiones ampliaron su rango de acción: era posible retar no solo a
los del pueblo de al lado, sino a los de más allá también. Así que los crecientes
contactos favorecieron la unificación de las normas, la creación de campeonatos
regionales, luego nacionales, más tarde europeos e incluso mundiales.
Más de cien años después, desde aquella década de 1860 en la que se
formalizó el Football Association, el fútbol es un deporte de masas que mueve cantidades
ingentes de dinero, de gente y de pasiones. Es incluso algo más, probablemente
el lenguaje más universal con el que contamos los seres humanos. Una pelota,
unas piedras como portería y aunque no sepas ni papa de la lengua local podrás
jugar contra mongoles, mozambiqueños o esquimales.
Y lo curioso es que puede que no sea más que un efecto colateral de
descubrimientos como la máquina de vapor. Surgió de forma inesperada,
simplemente porque las personas empezaron a estar un poquito más cerca.