Acaba de llegar a casa un nuevo juguetito: un aparato de realidad virtual, Oculus.
Esta tecnología está todavía en su más tierna infancia pero ya es algo que te impresiona. Cuando te pones las gafas y te adentras en alguno de sus juegos, estás dentro de otra realidad. Tú sabes sabe que todavía estás en el salón de tu casa, pero tu cerebro está confundido y reacciona a los objetos virtuales que son lanzados contra ti, te apartas, gritas, te ríes…
Hoy son sólo unas gafas, un par de mandos que tienes en tus manos, y unos gráficos muy elaborados pero claramente generados por ordenador. Pero el nivel de inmersión seguirá creciendo, seguramente a través de conexiones cerebrales, y será imposible distinguir las imágenes que te rodean de las reales.
Entonces llegará el momento en el que no podremos distinguir si estamos viviendo la realidad o un mundo virtual. Al más puro estilo de “The Matrix”, podremos ser engañados y vivir vidas enteras conectados a una máquina.
Pero ¿qué es la realidad sino el mundo virtual que nuestro cerebro genera a partir de los estímulos que recibe? Un mundo virtual generado por una máquina es sólo una más de las opciones que tendremos. Hoy mismo, sin cachivaches tecnológicos, todos vivimos en nuestros propios mundos, distorsionados por las influencias que nos rodean.
En los futuros mundos que nos vienen por lo menos podremos volar.
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