Hasta finales del siglo XIX no se empezó a regular qué hora era en cada lugar. Hasta entonces la gente se regía por el sol, era muy caro tener un reloj y no había una necesidad de ser precisos. Sí, se podía tener el reloj del campanario, en algunos pueblos, pero se retrasaba y cada pueblo ponía la hora a ojo.
Pero llegaron los trenes, el telégrafo, el comercio marítimo se hizo más intenso, los relojes más precisos y económicos, y se impuso la necesidad de regular la hora oficial de cada país y cada lugar.
Hoy no es fácil concebir el día sin saber exactamente qué hora es. Te levantas, desayunas, vas al trabajo, al colegio, coges el autobús, el metro, quedas para comer, para cenar, vas a comprar… Todos hemos tomado como normal saber exactamente qué hora es, cuando es algo que sólo ha estado con nosotros menos de siglo y medio.
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