Seamos conscientes o no, vivimos incrustados en los paradigmas de la época en la que nos ha tocado vivir.
Hoy todos pensamos en términos de precios, de salarios, de inversiones, de coste y beneficio. Aunque nunca hayamos estudiado estos términos económicos, se esconden en lugares recónditos de nuestro cerebro e influencian no sólo lo que pensamos sino también lo que sentimos. Porque vivimos en una sociedad de mercado.
Las reglas del juego eran diferentes en una sociedad feudal, una esclavista o la de una sociedad de cazadores-recolectores. En estos otros paradigmas, donde la supervivencia física era el principal foco de atención, donde la muerte y la violencia eran mucho más habituales que en la sociedad actual, el pensar y el sentir de los individuos se manifestaban de forma diferente.
Pensar en el largo plazo, en la autorrealización, sentir el amor por una pareja o por unos hijos, conceptos como vacaciones, aleatoriedad o Dios, eran percibidos de forma totalmente diferente.
Supongo que es algo obvio, pero tenemos que recordarlo de vez en cuando para entender mejor el pasado, relativizar el presente y proyectar el futuro.
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