No hace mucho, en
el Museo de Ciencia de Bristol (At Bristol), hice uso de una exposición que
analizaba aspectos relacionados con la memoria. Se trataba de un video
interactivo en el que se te avisaba que ibas a presenciar un crimen. La cámara estaba
enfocando la calle, como si estuvieras tomando un café con un amigo en una
terraza. Después de unos segundos en los que no sucede nada se oyen lo que
parecen unas explosiones, tras las cuales una persona sale corriendo de un
establecimiento cercano, pasando al lado de la cámara, y huye en un coche que
le esperaba aparcado en segunda fila. Tras este video se te plantean
varias preguntas de tipo test: ¿Cuántos disparos oíste?, ¿De qué
color era la ropa que llevaba la persona que huía?, ¿De qué color era el
coche?, y se muestra una serie de fotos en las que hay que identificar a la
persona que huía.
Conforme se
responden las preguntas te das cuenta de lo inseguro que te sientes al
responderlas y de hecho cuando te muestran tu grado de acierto te das cuenta de
que no tenías ni idea. En primer lugar no eran disparos de bala, sino golpes
contra algo metálico, el número de golpes no los acerté, no atiné ni con el
color de la ropa ni con el del coche, y en la rueda de reconocimiento no estaba
la persona que huía. Y todo esto teniendo en cuenta que había sido avisado de que algo extraño iba a ocurrir, que en un supuesto interrogatorio policial no habrían preguntas "tipo test" y que tampoco habría una lista de "respuestas acertadas" para comprobar lo bien o mal que lo has hecho.
La memoria no es
una herramienta demasiado confiable. En Estados Unidos, de las primeras 130
exoneraciones por ADN, 111, el 78%, fueron casos de identidad confundida. Se
pueden dar incluso casos de Falsas Memorias, en las que las personas tienen recuerdos
muy vívidos pero falsos, con consecuencias en ocasiones alarmantes que han provocado
la prohibición a los psiquiatras británicos de la utilización de “técnicas de
recuperación de recuerdos”, método que había dado origen a falsas acusaciones
de abusos sexuales. De hecho, existe una Fundación para el Síndrome del Falso Recuerdo formada por un grupo de padres que habían sido acusados injustamente de abuso
infantil.
Sin llegar a
estos extremos, creo que todos tenemos algunas de estas memorias “de pega”,
como cuando después de escuchar innumerables veces un historia contada por
nuestros padres o abuelos de cuando éramos pequeños creemos recordarla, pero que resulta inverosímil que realmente lo hagamos porque
apenas teníamos 2 ó 3 años. O sin llegar a la “falsedad”, idealizamos momentos
del pasado, obviando lo malo, destacando lo bueno, o simplemente mezclamos el
cuándo, el dónde, el con quién de determinadas historias.
Por otra parte, existen estudios que sugieren que se puede modificar e incluso borrar las memorias “artificialmente”,
mediante drogas o terapias. En principio estas investigaciones tienen unos
fines “honestos”, ya que se trata de ayudar a personas con traumas o
ansiedades, pero abre la puerta a un grado de manipulación que hasta ahora era
sólo una caricatura de la Ciencia Ficción. Me refiero a la linternita de Men in
Black que permitía borrar de la mente experiencias de la “Tercera Fase”.
(Esto me recuerda también a un capítulo de la
serie “Tricks of the Mind” the Derren Brown, en el que provoca en unas personas
el olvido de la película que acaban de ver, “Oceans 12” – que tampoco es que
sea una película muy memorable, la verdad).
Reconocer que
nuestras memorias, que en buena medida representan lo que somos, lo que
sentimos, sean tan frágiles y volubles implica dejarnos con el culo al aire,
todavía más, en lo que se refiere al manido quiénes somos, a dónde vamos, de
dónde venimos. La única conclusión que soy capaz de sacar de esta paja mental
es que no importa lo que pasó, ni lo que pasará, lo que importa es el hoy, el
que hacemos, con quién estamos, con quién reímos.
Carpe Diem.