Hace poco mi pareja buscaba en un diccionario una
palabra, en uno de los de toda la vida, con su papel, sus páginas y todo eso.
Al lado mis hijos de 5 y 3 años, que se manejan con el iPad como si jugaran con
la plastilina. Y me dí cuenta que mis hijos no utilizarán esos diccionarios
"analógicos" en su vida porque tendrán todo tipo de cachibaches a su
disposición, con la world wide web a sus pies.
El tiempo pasa, las cosas
cambian. Todavía enseño expresiones a mis hijos que si se pararan a pensarlas
se darían cuenta de que hoy en día no tienen sentido, como "tirar de
la cadena": en nuestra casa, como creo que en la mayoría actualmente, el
agua fluye en el inodoro a través de un botón. O no nos planteamos en nuestro día a día por qué decimos "colgar el teléfono", nos olvidamos de que esa expresión es una reminiscencia de un pasado en el que los auriculares tenían que ser literalmente "colgados" de un teléfono atornillado a la pared.
Cosas de la evolución de
la tecnología y del lenguaje podría pensarse, vestigios de un pasado que no son
más que trivialidades para amenizar conversaciones con amigos. ¿O no?
El riesgo es que algunos
de estos “vestigios” puedan quedar impregnados en nuestras mentes, una especie
de “memes” anquilosados que pudieran afectar a las raíces mismas de nuestros
pensamientos, a nuestra forma de ver el mundo, de tal forma que nos haga verlo
de una forma anticuada, poco adecuada para los tiempos que corren.
¿Qué conceptos, qué ideas
de las que pululan por nuestras mentes pueden entrar dentro de esta nociva
categoría?
Las respuestas tendrán
que venir en futuras entradas de este blog, porque después de pensar durante un
rato no he llegado a conclusiones de valía (el hecho de que mis hijos estén
pululando a mi alrededor reclamando atención creo que también ha tenido algo
que ver).