Las grandes organizaciones tienen su personalidad. Están compuestas por miles de personas, cada una con su individualidad, pero llega un momento que las nuevas personas que entran son diferentes a las personas que salen. Y esa nueva generación normalmente es diferente a la que salen.
Al crecer, la organización se convierte en una máquina burocrática, con más niveles de decisión, menos control por cada uno de los empleados, menos responsabilidad por sus propias acciones. Y las nuevas personas que se contratan están más adaptadas a este entorno burocrático.
La empresa es diferente, el perfil de las personas que lo componen es diferente, las razones por las que la empresa fue exitosa en su momento desaparece.
La empresa es otra, y la inercia de las decisiones, si el viento sopla hacia el lado equivocado, puede empujar hacia un horizonte oscuro.
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