Poner a Morgan Freeman de narrador en un documental le da un empaque que te cagas. Esa voz, esa presencia… ponte a decir cualquier tontería y queda de puta madre.
La idea del documental está muy bien: ir por el mundo a buscar las diferentes representaciones que los seres humanos tienen de Dios. Desde un católico en Massachussets, a un hindú en en Bengala, o un animista en una tribu de África.
La importancia del punto de vista de partida es aquí patente. Para mí, ateo redomado, el documental es un ejemplo extraordinario de como “Dios” es un constructo humano, es una invención originada por una necesidad común, compartida por seres humanos de toda condición. Pero, claro, llega el momento final de la entrevista al feligrés de turno y en lugar de concluir “fíjate, otro iluso que se traga este espejismo”, va y Morgan Freeman suelta algo así como “esta persona siente a Dios dentro de ella, y si lo siente será que Dios existe, claro”. Es ahí cuando se me ponen los pelos verdes de indignación.
Pero va y sigo viendo el documental, porque en todo caso el tema me interesa y todavía quiero conocer como las diferentes sociedades sienten este espejismo.
Aunque hay veces en las que me indigno todavía más. En el último capítulo que vi, un superviviente del 11-S, que estaba con su mujer en las Torres Gemelas, va y suelta que el que él y su mujer sobrevivieran fue gracias a la intervención divina… Manda huevos por los otros dos mil y pico que murieron… Es este tipo de interpretaciones de lo que a uno le pasa en la vida lo que me pone los pelos como escarpias…