Éstas son las últimas líneas de “Juan Belmonte, matador de toros”, biografía escrita por Chaves Nogales.
Es el mejor final de un libro que he leído nunca. El periodista Manuel Chaves Nogales conoció al mítico torero a mediados de los años 30 y aunque no era aficionado a los toros, congeniaron y decidieron que escribiría su biografía a partir de largas conversaciones en las que el torero rememoraba su vida.
Una vida que empieza como un chaval que torea desnudo a la luz de la luna en la dehesa a una estrella del toreo, en una época en la que los toreros eran auténticas estrellas de rock, aquí y en Latinoamérica.
A mi tampoco me gustan los toros. O más bien no quiero que me gusten por lo que representan, aunque creo reconocer la belleza y el atractivo salvaje que tiene desprende, que me perdonen, pero también lo sintieron personajes como Goya o Picasso.
Pero más allá de lo que uno pueda sentir por la tauromaquia, es una historia que engancha, por lo bien escrita que está, las peripecias de un personaje que vive de todo y por lo que ayuda a entender el primer tercio de la España del siglo XX.
Por eso sorprende las últimas palabras del torero, plasmadas con maestría por Chaves Nogales. Una persona que lo ha vivido todo, duda de si ha vivido lo que recuerda. Lo que importa es que un nuevo día empieza, todos volvemos a nacer por la mañana.
Aunque reconozco que también me influyó saber de antemano que Juan Belmonte se suicidó poco antes de cumplir los 70 años, en 1962. Parece ser que, él que había tenido una vida tan intensa, no se resignaba a la decadencia física y se pegó un tiro una noche en su despacho.