Desde que el ser humano desarrolló el lenguaje nos hemos contado historias los unos a los otros. Primero alrededor del fuego, describiendo como fue la caza del día, recordando las historias que les contaron los abuelos, imaginando lo que había al otro lado de las montañas.
Entonces llegó la invención de la escritura, la imprenta, la radio, el cine, la televisión, YouTube y Netflix, y eso de contar historias evolucionó de forma vertiginosa, con sus diferentes formatos, ritmos y formas de difusión.
¿Cómo ser original en este contexto? Seguro que cualquier cosa que quieras contar ha sido ya contada. Puedes cambiar los personajes, el orden de los sucesos, el momento histórico, pero al final lo que cuentas es la evolución de algo pre-existente. Hay quien dice que sólo hay 4 tipos de tramas, otros que 5, otros que 7, puede que 12. El número en sí es lo de menos, pero al final lo que escribas va sobre el enfrentamiento del bien y del mal o sobre el cambio que experimenta una persona, sobre viajes, búsquedas, retornos…
Es difícil sorprender, y eso lo notamos cuando, a pesar de todo el contenido que está al alcance de nuestros dedos, pasamos un cuarto de hora en Netflix tratando de encontrar algo que nos apetezca ver, para acabar o apagando la tele o viendo algo con desgana.
Pero hay algo que siempre va a estar ahí como un ingrediente al que hay que sacar partido. La incertidumbre. Si lo comparamos con otra forma de entretenimiento, el fútbol, se puede entender mejor. Hoy en día el fútbol no es un deporte, es un espectáculo. O pones una serie de TV o pones el partido. Son competidores en busca de tu tiempo, y el fútbol, como las series de TV, cuentan historias. Y a pesar de haber visto el Madrid-Barcelona decenas de veces, quieres volver a verlo, a pesar de haberlo visto antes, de que los personajes sean los mismos (es la lucha del bien contra el mal, cada uno elige el lado de los buenos), que la trama se repita. El ingrediente que te tiene atrapado es la incertidumbre del resultado.
O por lo menos, la ilusión de incertidumbre. Y eso es un ingrediente fundamental en una buena historia.